domingo, 17 de octubre de 2010

Héroes anónimos.


Parece ser un domingo cualquiera, pero no lo es. Parece que la tranquilidad de la mañana al momento de tomarme la primera taza de café, es la habitual de una ciudad que sólo espera que el sol comience a calentar el asfalto para que cientos de corredores se sientan libres, pero no lo es.

Ciertamente no lo es, porque la semana ha dado una lección mucho mayor a la esperada. La ayuda concentrada para los damnificados del estado de Veracruz esperaba ser la excelente acción para comenzar a devolverle a la sociedad y a la vida mucho de lo que nos ha dado. Sin embargo, no fue así.

Y no lo fue, porque cuando únicamente estás involucrado como el vehículo o como el medio que capta los víveres aportados por las familias que los canaliza a quien deben recibirlos, te llevas muchas lecciones importantes del comportamiento social de nuestro entorno.

No puedo describir la sensación que fue al abrir una caja que una familia guanajuatense empacó con esmero para ser enviada a Veracruz. Para sorpresa de nosotros, encontramos una carta escrita por una pequeña niña de primaria que con su lenguaje tierno e imaginativo la dirigía a la familia veracruzana que en su caso recibiera la caja que su familia enviaba. En ella, les daba palabras de aliento dotándoles de ánimo y nuevas esperanzas para sobrellevar el mal momento que posiblemente estuvieran pasando.

Sin duda, ese hecho causa tanta conmoción en mí, como lo fue ver que las familias que aportan ayuda envían imágenes religiosas, biblias, agua bendita, y en general aquellos pequeños detalles que por su sencillez se vuelven grandes obsequios.

Esto, se traduce en que detrás de esas doce toneladas de ayuda humanitaria reunida, hay cientos de familias mexicanas con el deseo de ser agentes de cambio positivo que con voluntad y confianza desean ser un motor que impulse los valores cívicos, sociales y morales de la convivencia humana. Detrás de cada caja de despensa armada en casa de cada familia guanajuatense que aportó su granito de arena, existen padres de familia que motivan que sus hijos tengan aspiraciones e inspiraciones en la comunidad en la que viven y cientos de niños que tienen la esperanza de que quienes las reciban sean familias igual que en la que ellos han vivido su corta edad.

Detrás de las doce toneladas de ayuda reunidas, existe voluntad, confianza y ganas de que México no sea el país devastado por hechos de la naturaleza y que la pérdida del valor cívico y moral no generen la falta de aspiraciones e inspiraciones en la vida de un niño. Detrás de cada bolsa con despensa armada en casa, se encuentra un cúmulo de compromisos morales con la tierra a la que le debemos nuestra vida.

¿Lo mejor de mi café? Cuando puedo recordar con gusto que todos los días llegan cientos de toneladas de ayuda para Veracruz, Tabasco, Oaxaca y Chiapas. Lo mejor de mi café es cuando tienes el conocimiento de que cada fundación, asociación civil, familia, escuela, pequeño negocio está haciendo actividades que impulsen el desarrollo social de su comunidad. Lo mejor de cualquier café, es cuando te das cuenta que la gente tiene deseos de vivir en un mejor país y tener algo qué heredar a sus hijos y a sus familias.

Lo mejor de mi café, es cuando sabes que existe gente con sensibilidad que invierte un día de su vida, en convivir con gente que tiene capacidades diferentes y que cuando ven la sonrisa y la mirada de alguien quien apenas puede articular movimientos, se llenan de gozo y alegría por estar dando un poco de lo mucho que pueden dar.

El café sabe diferente, cuando detrás de doce toneladas de ayuda hay personas que clasifican, separan, empacan cada aportación ciudadana para que no sea mal canalizada, quien aporta un trailer que llevará la ayuda y quien esperará con ansias para repartirlo con las personas adecuadas. Simplemente el café sabe mejor.

A todos ellos, a quienes participan activamente comprometidos con ser mejores personas para formar un mejor país, son mis palabras, mis Héroes Anónimos.





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